Al llegar a la terminal de Manizales, preguntamos precios para ir a Pereira y, entonces, empezaron a llover los descuentos. Nos subimos en una buseta, la más barata. Fuimos recogiendo a gente por el camino, uno de ellos había acordado un precio más bajo con el conductor pero nadie se lo había dicho al chico que cobraba y que estaba dentro de la buseta, éste le quiso cobrar el precio normal, lo que generó las protestas de nuestro nuevo compañero… y, a su vez, la protesta de otra mujer que se quejaba de la diferencia de precios. Nosotros, calladitos, por supuesto.
Circasia – Salento
Al llegar a Pereira, cogimos otro bus a Circasia, donde nos íbamos a alojar en casa de un couchsurfer que vive, con su familia, a las afueras. No vimos mucho de Circasia, básicamente el centro.
Al día siguiente, nos levantamos tardecito y cogimos un bus hasta Salento, que es un pueblito pequeño, bonito y tranquilo. Subimos las escaleras que conducen al mirador, desde donde se pueden apreciar unas vistas espectaculares de las montañas y el valle, y nos desviamos a un caminito no muy bien conservado que nos condujo por un pasillo lleno de hermosas mariposas. Dedicamos mucho rato en pasear por ahí, recrearnos en la belleza del paisaje y recordar nuestros días en Ciudad Perdida, rodeados de naturaleza. Al regresar al pueblo, fuimos en busca de un lugar para comer el plato típico: trucha con patacón, hogao (salsa de tomate un poco picante) y ensalada (que nosotros cambiamos por arroz, nada de verduras sin pelar ni cocinar).
Valle del Cocora (en lenguaje Quindo: Princesa indígena «Estrella de agua»)
Al día siguiente nos despertamos muy pronto para coger uno de los jeeps que van al Valle a las 7.30h. Lamentablemente, tuvimos que esperar mucho rato el autobús y, cuando llegamos, ya había terminado el turno. Como no estábamos dispuestos a pagar los 24.000COP que nos pedían por llevarnos sólo a nosotros, nos sentamos en un banco de la plaza a dormir un rato y después fuimos a desayunar… otra vez. Por fin llegó la hora de irnos y nos subimos a un «willy», que nos condujo hasta la entrada al valle. Ahí se pueden hacer rutas a caballo, aunque nosotros optamos por ir a pie. Nos pusimos a andar por el camino que encontramos, al principio era un poco incómodo por la cantidad de pequeñas piedras que había, pero después se complicó más aún, pues había surcos en el camino que teníamos que esquivar como podíamos. Fue entretenido.
Cuando llevábamos mucho camino andado, nos encontramos a un granjero con su caballo y le preguntamos si faltaba mucho para llegar al Valle y ver las famosas palmas de cera. ¡Qué decepción cuando nos dijo que estaba hacia el otro lado! Exactamente en sentido opuesto. Tuvimos la gran suerte de encontrarlo, pues nos dijo que si seguíamos hacia adelante llegaríamos a un bosque, debíamos seguir el río Quindío, cruzándolo de un lado a otro (en total 5 puentes estilo Indiana Jones), hasta que viéramos una señal que indica «Reserva Acaime» y «Finca la Montaña». Nos insistió en que fuéramos hacia la Finca La Montaña, pues desde allá seguía el camino que pasaba por las palmas.
Nos adentramos en el «bosque de niebla» y, cuando no estábamos del todo seguros de qué camino elegir, nos encontramos al mismo granjero, frente a nostros, montado en su caballo. Muy amablemente nos indicó por dónde continuar. Creemos que fue hasta allá sólo para asegurarse que íbamos por buen camino, pues nada más indicarnos, volvió por donde había venido.
De vez en cuando nos cruzábamos con gente que ya regresaba y que nos decían que habían llegado hasta la Reserva Acaime, donde hay un lugar para comprar comida y ver animales de granja y varias especies de colibríes. No nos inspiraba mucho esa idea, así que seguimos subiendo, bajando, y atravesando puentes hasta llegar a una bifurcación: hacia la izquierda «Finca La Montaña – 0,8km» y hacia la derecha «Reseva Acaime – 1km». Decidimos hacer caso a nuestro «guía» y seguimos hacia la finca. Lo que no nos comentó era que en la entrada había un gran cartel que indicaba que era propiedad privada y, lo más importante, que el camino consistía en una empinadísima cuesta que subía prácticamente vertical la montaña. Poco a poco (aunque sin demasiadas pausas), fuimos subiendo la montaña hasta llegar a la cima. Impresionante. Decidimos comer ahí, admirando ese maravilloso paisaje. Y todo gracias a un desconocido.
Después de comer lo que habíamos llevado y recuperar fuerzas, seguimos nuestro camino, esta vez mucho más fácil. Es una carretera de tierra, ancha y bastante plana. A un lado está la pared de la montaña y, al otro, la continuación de la pared que llega hasta un valle. De repente, encontramos una palmera de cera. Ya empezábamos a sentirnos emocionados… estábamos cerca. Al poco, encontramos un grupito de palmeras. Seguimos caminando, admirados de la belleza de cada centímetro que andábamos.
Saltamos un cercado de alambre de púas para poder acercarnos más a un grupo de palmas y contemplar, desde lo alto, una parte del valle. Difícil asimilar tanta belleza. Volvimos al camino y continuamos hasta llegar al verdadero valle de palmeras, sembrado de árboles que alcanzaban los 60 metros de altura. Decidimos cruzarlo en diagonal, ignorando el camino. Fuimos por el césped, dejando a los lados las palmeras, inundados de una sensación indescriptible de paz y energía.
Pasados unos metros, llegamos al camino principal, hasta donde alcanzamos la «entrada» por donde habíamos iniciado nuestro recorrido. Nos fuimos con la sensación de haber pisado un terreno mágico. Sin duda, uno de los mejores lugares donde hemos estado.
En el mismo sitio donde nos dejó el jeep, cogimos otro para volver al centro de Salento. Mientras esperábamos el bus, nos dimos un gran homenaje en forma de merienda: obleas con arequipe. Y regresamos a nuestro hogar temporal para preparar una cena, en agradecimiento, a nuestra hospitalaria familia.
Compartimos con la familia al completo una agradable velada y nos fuimos a dormir, pues al día siguiente volvíamos a Bogotá para hacer un paréntesis en nuestra ruta por tierras colombianas, pero eso… es otra historia.
¿Cuándo fuimos?: Finales de mayo de 2012
Restaurante en Salento:
– La Gran Trucha
– Plato típico consistente en trucha frita, patacón, ensalada y hogao: 10.000COP persona
Bus de San Peregrino a Manizales:
– 1 hora
– 5.000COP persona
Bus de Manizales a Pereira:
– 1,30h
– 10.000COP persona
Bus de Pereira a Circasia:
– 40 minutos
– 5.000COP persona
Bus de Circasia a Salento:
– 30 minutos
– 2.400COP persona
Jeep de Salento al Valle de Cocora:
– 20 minuntos
– 3.000COP persona (horarios: 7:30h, 9:30h, 16:00h)
Bus de Circasia a Armenia Terminal de buses:
– 1 hora
– 2.000COP persona
Bus de Armenia Terminal a Bogotá:
– 7 horas
– 35.000COP persona
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