Esa mañana decidimos no madrugar mucho. Estábamos en Popayán y queríamos ir a Pasto. Otra carretera sin terminar y bastante incómoda nos esperaba. Nunca hemos visto un paisaje tan impresionante como éste. Sobre todo el último trecho, donde hay una quebrada, la unión de dos montañas, el atardecer,… Sin palabras.
Dejamos las cosas en el hostel y nos fuimos a pasear un poco, para situarnos en la nueva ciudad.
Dormimos muy bien y nos levantamos con gran apetito. Quedamos con César, un amigo de mi padre (de Javita), quien nos invitó a comer cuy «galleta», es decir, crujiente. El cuy es conocido también como conejillo de indias, guinea pig o cobaya (demasiados nombres para un animal tan pequeño). Por suerte lo trajeron ya cortado, pues nunca lo habíamos visto entero (y como sabemos cómo es, nos hubiera dado mucha pena). Dejamos de lado la autocensura y disfrutamos del rico manjar. Estamos de viaje y debemos probar los platos típicos de cada zona.
Después de comer hicimos un recorrido en coche por las montañas y fuimos a tomar unas cervezas a Nariño, un pueblo vecino que lo más bonito que tiene es el camino para llegar hasta él. Después de cenar salimos a tomar unos «hervidos», que son jugos naturales de fruta pero calientes y mezclados con aguardiente. Una bomba, pero ideal para dormir bien.
Al día siguiente, nos levantamos no muy tarde y nos fuimos a pasear por Pasto. A cada paso encontrábamos una iglesia y, como cualquier ciudad que se precie, estaba llena de gente, estrés y ruido. Volvimos a la casa para recoger las mochilas y cogimos un taxi para ir a la terminal, nos dirigíamos a Ipiales.
Llegamos a media tarde y, por suerte, no tardamos en encontrar un hotel bastante económico. Frente a la terminal de buses y a unos 15 minutos caminando del centro. Ninguna maravilla, pero teníamos cama cómoda y baño en la habitación. Aprovechamos para lavar ropa y tenderla en la terraza del hotel. Y después nos fuimos a pasear por la ciudad.
Al día siguiente, después de desayunar bien, fuimos en busca de un taxi colectivo para ir al Santuario de Las Lajas. Habíamos visto en la guía que se cogían desde el centro de la ciudad, así que nos dirigimos para allá. Pues los taxis que están en la terminal son privados, no colectivos y, por lo tanto, más caro. Nos dijeron que teníamos que esperar a dos personas más para que partiera el taxi o pagar el doble. Llegó un hombre, que se sentó delante, así que seguimos esperando… ahora en compañía. Al cabo de un rato, nos ofrecieron pagar una diferencia mínima para llevarnos a los tres sin tener que esperar a nadie más. Obviamente, ante el panorama de estar esperando eternamente, accedimos.
Llegamos a Las Lajas. Los taxis dejan en el inicio de un caminito lleno de tiendas de artesanía a un lado y, a otro, precipicio por donde pasa un río y, al frente, una montaña. Pasamos frente a una cascada, la estatua de un arcángel enorme encima de un peñón (que uno se pregunta cómo lo pusieron allá) y, por fin, llegamos a un lateral del Santuario. Éste está construido sobre un puente enorme que cruza un río. La entrada es gratuita, solo se paga el museo. Vale la pena recorrer los metros previos a la entrada, flanqueado por esculturas de ángeles tocando instrumentos musicales, y entrar al santuario, pues la pared del fondo es la propia roca. Es increíble cómo lograron encajarlo.
Al final del «pasillo de los ángeles», comienza un sendero que se bifurca hacia arriba y hacia abajo. Elegimos primero subir y llegamos hasta un mirador que está casi al inicio de la cascada que habíamos visto al ir al santuario. Desde ahí se puede contemplar la magnitud de esta obra arquitectónica. Nos quedamos boquiabiertos. Después de un rato, empezamos nuestro descenso, hasta llegar al río. Volvimos a subir y decidimos ir por un camino que iba más arriba que el mirador y observamos el edificio desde un punto más elevado. Igual de impresionante es verlo desde abajo que desde arriba.
Regresamos a la ciudad, comimos y seguimos paseando un rato. Nos fuimos al hotel a descansar un poco y salimos de nuevo para cenar. Al día siguiente nos queríamos levantar pronto para cruzar la frontera y pasar a Ecuador.
Pasando la frontera
Para ir a la frontera, desde Ipiales, hay que coger un taxi (individual, mas caro, o colectivo, mas económico) desde la terminal. Nosotros cogimos uno colectivo, que nos llevó junto con un argentino y un austriaco, a la oficina de inmigración del lado colombiano.
Ahí la espera fue corta, nos sellaron el pasaporte y nos fuimos hasta la oficina de inmigración ecuatoriana. Pasamos, emocionados, bajo una señal que indicaba el kilómetro 000.
En el lado ecuatoriano la cola de espera era muuuucho mas larga y tardamos una eternidad en obtener el sello en nuestros pasaportes. Entre la gran cantidad de gente esperando y los administrativos que se hacían bromas entre ellos, se nos hizo una espera agotadora.
Pero… por fin estábamos, oficialmente, en Ecuador!
Información que te puede interesar:
¿Cuándo fuimos?: Primera semana de julio de 2012
Bus de Popayán a Pasto:
– 20.000COP/persona
– 6-7 horas
Taxi terminal – hostel:
– 3.500COP
– 15 minutos
Alojamiento en Pasto:
– Hostel Koala Inn
– 17.000COP/persona
Bus Pasto a Ipiales:
– 7.000COP/persona
– 2 horas
Alojamiento en Ipiales:
– Hotel India Catalina
– 18.000COP/habitación doble
Taxi colectivo de Ipiales a Las Lajas:
– 2.000COP/persona (eran 1.900COP pero para no tener que esperar a que llegara otra persona, pagamos 100COP de más)
– 20 minutos
Taxi colectivo de la Terminal de Ipiales a la oficina de inmigración del lado colombiano:
– 1.600COP/persona
– 10 minutos
Mas sobre Colombia