La vida es una película en la que tú eliges si ser el protagonista o un mero espectador.

Santa Rosa del Conlara – Merlo

Desde San Luis nos dirigimos a Merlo, que tampoco sale en nuestra guía, pero nos hablaron tan bien de ese lugar que decidimos que no nos lo podíamos perder.
En un corto trayecto en bus de solo 4 horas, nos plantamos en la estación de buses de Merlo, a la falda de las Sierras de los Comechingones. Nos pareció que estaba todo muy animado y había mucho movimiento de personas, tanto nacionales como extranjeros. Y claro, uno de los inconvenientes de viajar como lo hacemos nosotros, es decir, sin planificar puede dar lugar a momentos como el que nos tocó vivir.
Lo primero que hicimos fue dirigirnos hacia la Oficina de Turismo para que nos informaran sobre qué había de interesante en el lugar y obtener un mapa. Sabíamos que valía la pena ir, pero no teníamos más detalles. Nuestra sorpresa fue que tuvimos que hacer cola para que nos atendieran. ¡Estaba lleno de gente! Nos sorprendió porque no solemos coincidir con la multitudes, pero claro en alguna parte nos tenía que tocar la tan temida temporada alta.
No solo era fin de semana, si no que además los argentinos estaban disfrutando de las vacaciones de verano y resulta que Merlo es un destino muy muy turístico. Tanto así que todos los alojamientos (de los que entraban en nuestro presupuesto) estaban llenos. Conseguimos darle algo de penita a quien nos atendió y, aunque le costó, nos recomendó un balneario en la vecina localidad de Santa Rosa del Conlara.
Cuando nos dijo la palabra «balneario» pensamos que la chica se había vuelto loca. Y es que en España los balnearios son algo de lujo, pero en Argentina se denomina así a lo que se encuentra en escenarios acuáticos
naturales (ríos, lagos, playa) o artificiales (piscinas, represas). En este caso, el balneario de Santa Rosa del Conlara tenía un camping que se ajustaba a nuestras necesidades.
Bueno, podíamos ir de camping porque además de cargar con la ropa de invierno y de verano, en Santiago de Chile compramos una tienda de campaña, sacos de dormir y colchonetitas inflables. Cargados como burros, pero preparados para lo que fuera.
Volvimos a la estación de buses y nos informamos sobre los horarios de los buses a Santa Rosa del Conlara. Justo salía uno al cabo de nada… ¡Qué afortunados!

Santa Rosa del Conlara

El bus nos dejó algo alejados, así que tuvimos que andar más de lo deseado hasta el balneario. Por alguna extraña razón, quizás por lo improvisado que estaba siendo todo, estábamos especialmente emocionados. Puede que influyera el hecho de que ante un panorama tan desolador como el de no encontrar alojamiento y posiblemente vernos obligados a irnos, con la información de este nuevo lugar vimos una pequeña luz. De todos modos, nos gusta mucho visitar sitios de los que no hemos oido hablar.
Con la «carpa» instalada

Entramos en el camping, que es enorme, y nos alejamos lo más que pudimos del río que lo limita en uno de sus extremos. Y es que parecía que toda la gente del camping estaba ahí bañándose y, como es normal, montando alboroto. Recordando un poco nuestra infancia, pensamos que esos niños no podían ser muy distintos a nosotros y se despertarían temprano para ir a jugar. Encontramos el lugar perfecto para acampar. ¡Qué emoción íbamos a estrenar la tienda de campaña!

Montamos todo y, con un hambre desmesurado, nos fuimos a buscar un lugar donde comer. ¡Y lo encontramos! El ambiente relajado y sin apenas gente nos encantó. Esto estaba siendo un día perfecto. Felices y con el estómago lleno, decidimos volver al camping a descansar un poco. Estábamos agotados de cargar con las mochilas de acá para allá y el calor era insufrible, así que nos fuimos a refrescar al río. Al viajar hemos aprendido el valor de observar el entorno, sentarnos y, simplemente, mirar lo que pasa; eso que es prácticamente imposible de hacer cuando estás metido en el ritmo frenético del día a día, cuando tienes que ir a trabajar y tienes otras tantas obligaciones diarias.
Antigua estación de Santa Rosa

Por la tarde, cuando ya no apretaba tanto el sol, dimos un pequeño paseo por el pueblo. Como no, también tiene su típica plaza central en la que a un extremo se sitúa la iglesia, de estilo neogótico. Caminando por la avenida San Martín (la que cruza el río) pero en sentido opuesto al balneario, encontramos una especie de prado con una caseta en medio. Resultó ser la antigua estación de tren, que estuvo en funcionamiento desde 1904 hasta 1993. Aún hoy se pueden ver restos de vías entre el pasto. Poco más hay de interesante en el pueblo, pero nos encantó el aire que se respira.

Cuando se hizo de noche, salimos a buscar un lugar donde cenar y ahí encontramos la otra cara del pueblo. Cuando cae el sol, la gente sale del balneario a pasear y a cenar en alguno de los restaurantes. Teniendo en cuenta que cuando nosotros habíamos paseado por allá, horas antes, no había nadie por las calles, nos quedamos alucinados con la transformación. Esa es la diferencia entre la noche y el día.

Atardecer en Santa Rosa del Conlara
Al día siguiente amaneció lloviendo. Ahí descubrimos porqué la tienda nos había resultado tan económica: entraba agua por un lateral de la ventanita trasera… Y es que la calidad tiene un precio. Pero como somos muy apañados, le pusimos la funda impermeable de una de las mochilas, la atamos con una cuerda y unas pinzas. Et voilà, ¡solucionado!
Ya que la gotera encima de la cabeza de Javita nos había despertado tan temprano, decidimos salir a desayunar. Un pequeño inconveniente de no tener una rutina es que nunca sabes en qué día vives y eso te impide ser previsor. ¿Por qué decimos esto? Verás, imagina el panorama: despertados de mala manera con gotas sobre la cara y la ropa que hacía de almohada húmeda por la filtración, tuvimos que salir a ver cuál era el problema (mientras seguía lloviendo) y buscar una solución (con la escasez de recursos que implica estar en un camping); decidimos empezar bien el día con un rico desayuno, así que nos pusimos los chubasqueros (sí, a pesar del calor que hacía… verano, ¿recuerdas?) y cruzamos todo el camping para llegar al pueblo. Bueno, ni un alma. Todo, absolutamente todo, cerrado. Resulta que los domingos nadie trabaja. Recorrimos casi todas las calles del pueblo hasta que encontramos una tiendita con productos básicos donde compramos un zumo de tarro y un par de «facturas» (croissants en argentino). Ese sería nuestro «rico» desayuno.
Decidimos regresar y volver a meternos en la carpa, dormir un rato y empezar el día de una mejor manera. Llovió todo el día. A pesar de no poder salir a recorrer, por el clima y porque tampoco había ningún sitio donde ir, tenemos un recuerdo muy bonito de ese lugar y de ese par de días que pasamos en ese pueblito que, si no nos hubieran hablado en la Oficina de Turismo, no hubiéramos llegado a conocer. Esa es la magia del viajar por libre: llegar a sitios que no salen en las guías.

Merlo

Nos despedimos de Santa Rosa del Conlara con un gran sentimiento de agradecimiento y un precioso día soleado. Recogimos las cosas, nos cargamos las mochilas a los hombros y nos fuimos a tomar el bus en dirección a Merlo.
Nos queríamos ir esa misma noche a nuestro siguiente destino, así que compramos los pasajes para el último bus nocturno (el más barato) para tener el resto del día libre. Dejamos las mochilas en la consigna o guardamochilas de la terminal de bus, siendo muy conscientes de lo puntuales que serían a la hora de cerrar y que si llegábamos más tarde no podríamos sacar las mochilas. Fueron muy insistentes.
Iglesia Nuestra Señora del Rosario en Merlo

Nos fuimos caminando hacia la parte más interesante: el centro o área fundacional. Allá encontramos construcciones de inicios del siglo XVIII, como la capilla de Ntra. Sra. del Rosario (una preciosa y sencilla edificación blanca) o la plaza central, así como otros edificios destacados de la época colonial: el Palacio Municipal, Correos, etc. Todos ellos sumidos en un centro al más puro estilo comercial, con restaurantes y comercios a cada paso, pero puestos con tanto encanto que incluso queda bonito.

Decidimos almorzar (que en Sudamérica equivale a nuestro comer) en la plaza central, pues habíamos ido a la terminal de bus interurbano que está en el centro y que es el lugar desde donde salen los buses a la Reserva Natural, el lugar que queríamos visitar. Nos dimos prisa en comer, para llegar a tiempo. Pero una vez más, nos encontramos con otro inconveniente. No es que se nos hubiera olvidado qué día era, el problema es que era un lunes festivo y no pudimos prever que los festivos no pasa el primer bus de la tarde. ¿Cómo saberlo si no había ningún tipo de información al respecto?
En fin, ahí nos quedamos. Esperando y esperando. No fuimos los únicos a quienes les pasó, pero sí los más puntuales. Hubo cierta incertidumbre y malestar generalizado entre los presentes (extranjeros y argentinos) hasta que llegó un lugareño y nos informó de esa peculiaridad de las festividades.
Lo que nos preocupaba era que cuanto más tiempo pasábamos en la terminal, menos tendríamos para recorrer por la Reserva, pues debíamos recoger puntualmente las mochilas.
¡Por fin llegó el bus! Rápidamente nos subimos y nos sentamos. Y seguimos esperando. La verdad es que hay que armarse de paciencia muchas veces. Después de un rato, y saliendo más tarde de lo previsto (según lo que nos había dicho el personal), finalmente arrancamos.
Llegamos a una especie de aparcamiento, desde donde deberíamos tomar el bus de regreso, y nos pusimos a andar. La idea que teníamos era llegar a las cascadas, para eso debíamos seguir el curso del río. Pero la verdad es que los carteles no son especialmente precisos y muy pronto nos sentimos abandonados a nuestra suerte, sin encontrar ningún tipo de señal que nos indicara por dónde continuar.
Seguimos caminando y caminando. A cada paso, el sendero se volvía más invisible, dando lugar a un paso imaginario entre maleza. Y lo peor era que no conseguíamos llegar hasta el río. Preguntamos pero quienes regresaban tampoco habían encontrado un camino. Quizás no era nuestro día…
Llegamos al río en la Reserva Natural

Somos un poco tercos y, por conseguir llegar al río (porque sí, lo conseguimos), Oscar, que iba abriendo camino, se clavó una rama en la pierna, haciéndose una pequeña herida. Como no teníamos nada, ni tiritas, se echó un poco de agua para limpiarla y continuamos.

Tardamos tanto en llegar al río que, cuando nos quisimos dar cuenta, ya era la hora de volver. Pero el paseo valió la pena y recomendamos ir con tiempo y fijarse bien en las indicaciones.
Volvimos a Merlo caminando. Estábamos a unos pocos kilómetros, teníamos tiempo suficiente y todo el camino sería de bajada, así que decidimos ahorrarnos el precio del bus.
De vuelta en la terminal de omnibus, donde habíamos dejado las mochilas, resulta que tampoco eran tan puntuales y que la hora de recogida era más tarde. Nos dijeron que siempre dicen que es antes… deben pensar que todos somos tan impuntuales como ellos, así que hubiéramos podido disponer de una hora más.
Bueno, ya estábamos ahí. Así que aprovechamos esa hora extra para ir a comprar nuestra cena, nos tocaba esperar varias horas en la terminal hasta que llegara nuestro bus y no queríamos que nos pasara como en Cuba, que por poco perdimos el vuelo de regreso a Bogotá por quedarnos dormidos en el aeropuerto.
Pasamos la noche solos en la terminal, con la única compañía intermitente de una persona encargada de la limpieza que iba y venía. Acomodamos las mochilas de tal manera que pudiéramos poner la tablet y nos montamos un cine «casero». Así se nos hizo más llevadera la espera del bus a nuestro siguiente destino.
* ¿Cuándo fuimos?: Principios de febrero de 2013

* Bus de San Luís a Merlo
– 39 AR$/persona
– 4h., aprox.

* Bus de Merlo a Santa Rosa
– 4,5 AR$/persona
– 30 minutos, aprox.
* Alojamiento en Santa Rosa
– Balneario – camping
– 60 AR$ (1 carpa + 2 personas) / noche
* Consigna/guardamochilas en terminal
– 10 AR$/bulto
* Bus de terminal de Merlo a Reserva Natural
– 4,5 AR$/persona
– 20 minutos, aprox.

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